María Eugenia Boetsch – Comentario a Presentación de Jessica Benjamin

A la luz del trabajo que presentó Jessica Benjamin llamado “Beyond only one can live Witnessing, Acknowledgement and the Moral Third” me pareció interesante hacer una reflexión en torno a cómo ha sido históricamente el rol del psicoanálisis en la lucha de la mujer por ser reconocida como sujeto, en sus intentos por salir de una relación de complementariedad de poder con los hombres.

Revisando la historia, es posible observar cómo las mujeres que no han callado y se han de alguna manera sublevado al orden patriarcal, han sido silenciadas de diversas formas, entre otras, quemadas por brujas o encerradas en instituciones mentales por locas.

Es en relación a esta última forma de castigo donde Freud hace su entrada. Freud pone atención, escucha lo que estas mujeres intentan decir e intenta descifrar por lo que han pasado.

Al comienzo, Freud valida los relatos de las pacientes, las terribles historias de abusos sufridos y de las posteriores negaciones. Desarrolla así su teoría de la seducción traumática: las neurosis eran producto de abusos sexuales reales ocurridos en la infancia.

Freud cumple hasta ese momento estupendamente la función de testigo; sin embargo, su descubrimiento del mundo intrapsíquico lo seduce de tal forma –o como plantea Benjamin, el horror de lo que encuentra lo espanta tanto- que el psicoanális pierde su conexión con la realidad cayendo en una larga y profunda disociación que se sostiene por décadas, lo que se inagura con su célebre frase “ya no creo en mi neurótica”. Freud fundamenta su pérdida de fe, entre otras razones, por …”la sorpresa de que en todos los casos fuera necesario acusar de perversión al padre, sin excluír al mío propio” y …”por la ausencia de exitos plenos con los que yo había contado”. Freud opta entonces por mantener la idealización del padre y de su técnica, abandonando a sus pacientes trumatizadas, a las que no les bastaba con recordar y abreaccionar, ya que como ahora sabemos, los procesos de reparación resultan ser bastante más complejos.

Comenzando con los trabajos de algunos valientes psicoanalistas pioneros como Ferenczi y Racker, es luego el psicoanálisis relacional el que vuelve a conectar al psicoanálisis con la realidad, confrontándonos al mismo tiempo con una mayor complejidad en nuestro trabajo, lo que queda muy claro luego de leer el texto de Benjamin: ya no basta con escuchar y validar.

Benjamin nos habla de que para reparar se requiere restaurar lo que llama “el tercero moral”, no sólo en relación a la vida pasada o actual de un/a paciente, sino también luego de cada inevitable ruptura que ocurre dentro de la relación terapéutica. Los/as terapeutas debemos aceptar ser usado/as encarnando lo disociado por el/la paciente para poder ofrecer, luego de reconocer explícitamente nuestra participación en el enactment, una posible reparación.

Plantea que cuando el “tercero moral “ se ha perdido como posición posible e impera la lógica de que “sólo uno puede sobrevivir”, corremos el riesgo de caer en el reverso de la relación complementaria de víctima y victimario, confundiendo la búsqueda de reparación con la revancha y la venganza.

Es posible pensar que la moral judeo-cristiana en la que hemos sido educados en occidente, está extremadamente orientada al castigo (cielo e infierno). Desde esta perspectiva, la amenaza de castigo no favorece la posibilidad de reconciliacón y reparación del tercero moral ya que el ahora amenazado (victimario en reverso víctima) que ha cometido la falta es incapaz de enfrentarla, reconocerla y pedir perdón. Benjamin diferenció en ese sentido lo que sería una justicia retributiva y la justicia restaurativa.

María Eugenia Boetsch
Psicológa