Victor Doñas
Cuando comenzaba a reflexionar sobre estos dos brillantes escritos de pensamiento encarnado, creados por mis compañeros, Eyal y Francisco, me vino a la memoria una anécdota referida por un amigo. La cita fue tomada de una conversación entre un periodista y un monje budista, un hombre santo. El periodista preguntó: “¿Cómo se supone que debemos tratar a los otros?”: “No hay otros”, respondió el monje.
Esta suerte de koan budista es bastante asertivo al resaltar un dilema de la condición humana. A través de una respuesta enigmática, incluso severa, logra poner en suspenso la suposición de una frontera clara entre el Yo y el Otro. Pero además, si se lee el subtexto de la pregunta, la respuesta desenmascara la tentación de fijarse a la noción de un “ser humano bueno, esencial y compasivo”. Esto podría convertirse en el primer peldaño hacia la repetición inconsciente de una frontera rígida, donde solo un horizonte de significado queda permitido. ¿Cómo podría tan perfecto altruismo ser desafiado? Sería -y generalmente es- el nacimiento, el “natio”, de una nueva versión del mismo sujeto, aún fijado o “sujeto” al mismo patrón.
La “Huella”: No Hay Otros, No Hay Cuchara.
Francisco y Eyal proponen alejarse de esta construcción, apartarse de la ilusión rígida y forcluida de un sujeto constituido, adentrarse en el “inter” y el “trans”, transitar desde un axioma de la naturaleza humana, a la condición que nos hace humanos.
Cuando Eyal se explaya sobre la noción de “la huella”, recuerdo algunos aspectos del concepto de “la huella”, “la trace” de Jacques Derrida. Los signos, cualquier tipo de lenguaje, escrito o fonético, revelan la presencia de una ausencia. Derrida usa el ejemplo de la huella de un oso. La huella es el signo de un oso que no está allí, la presencia de un oso ausente. Francisco dibuja otra imagen para esto. Visualiza los vestigios de una piedra ausente en las ondas sobre el agua, que son resonancias de una piedra que ya no está ahí.
Del mismo modo, la búsqueda eterna de una esencialidad, un núcleo de identidad, es quizás la programación histórica inculcada en cada uno de nosotros para evitar un aspecto de la realidad que causa resistencia: como señala Derrida, no existe tal cosa como una esencia, una verdad superior o una identidad esencial. Así, el concepto de Derrida de “la huella” propone que las construcciones internalizadas Yo-Otros, socializadas a través de una matriz humana, no son “la cosa”: son una no-cosa.
Esto me recuerda un diálogo del éxito de taquilla de 1999 “The Matrix”. Un Neo perturbado, empujado a encontrar respuestas sobre sí mismo y su destino, se encuentra con un niño blanco vestido como monje budista mientras espera conocer al oráculo que le revelará “su verdad”. El niño aparentemente está doblando una cuchara con su mente, bajo la mirada de un intrigado Neo. Luego, el niño le pasa la cuchara e intenta doblarla, tratando de invocar algún tipo de poder / agencia interna. El niño le dice:
– No intentes doblar la cuchara, eso es imposible. En cambio, trata de darte cuenta de la verdad…
– ¿Qué verdad?
– No hay cuchara.
Los Peligros del Esencialismo
Con el concepto de Homo-Nationalis, Eyal da un paso más para conceptualizar una imagen que es a la vez forma y contenido, tanto singular como colectiva, por lo tanto política. El Homo Nationalis nace de la creencia de una identidad colectiva esencial, internalizada como identidad personal. Esta ilusión genera condiciones favorables para que los nacionalismos propaguen una influencia coercitiva, a través de un proceso de subjetivación, en el que crea un sentido ficticio de identidad a través de la exclusión y oculta la presencia de esta imagen colectiva preformada, construida intencionalmente. Es una devastación silenciosa de la alteridad que puede infiltrarse en instituciones, teorías, países, grupos e incluso en la mismedad, desatando al Microfascista interno.
Freud señaló un par de veces que el propósito del psicoanálisis era amar de una mejor manera y trabajar de una mejor manera.
“Donde estaba el Id, el Ego debería ser/eclosionar”. Esta declaración silenciosamente dibuja una frontera: a un lado se encuentra la posibilidad de amar y alcanzar la dignidad humana a través del trabajo, en un paralelo psíquico de los ideales marxistas. Por otro lado, al afirmar que existe “la mejor manera”, Freud revela las trazas del sujeto ficticio, posmoderno, biopolítico, reprimido y oprimido.
Un “menos humano”, en cierto modo. La declaración freudiana de la existencia de una mejor versión de la realidad, sin cuestionar sus determinantes sociales, abre el camino para que significantes colectivos difundan su influencia y siembren sus dispositivos en el sujeto.
Eyal desafía al psicoanálisis en su ethos fundante, cuando revela que al establecer el inconsciente como territorio y al psicoanálisis como el guardabarrera de la verdad, la disciplina se convierte en cómplice inconsciente de un Homo Nationalis. Tanto en español como en inglés, “trace” puede traducirse como “huella” (presencia de una ausencia) y “calco” (la repetición de algo anterior). Creo que este es el agudo ángulo que Eyal está tratando de elucidar para nosotros los psicoanalistas.
Francisco y Eyal intentan iluminar el proceso aparentemente oscuro y forcluido de la subjetivación. Pensadores capitales de la historia han descrito patrones relacionales de poder-sumisión, configuraciones maestro-esclavo y fenómenos agresor-víctima, entre otros.
Todos coinciden en estructuras psíquicas y materiales que “encierran” o dejan al sujeto en estado de servidumbre. Como visualiza Francisco, tal vez algo pueda reabrirse con una fuerza centrífuga generada en la experiencia espacio-temporal de la relación terapéutica, la creación de un espacio para la diferencia, “la differance”. Y una diferencia radical sería, no algo predeterminado, no un nuevo padre, ni una nueva ley, ni una nueva nación. La imaginación radical es una extensión infinita, no una infinita acumulación o repetición de lo establecido.
Lo “Inter” y lo “Trans”: el Inter-Territorio como una nueva posibilidad de identidad
La ausencia de una identidad esencial y las tentaciones de construir ilusiones colectivas resuenan fuertemente en todo el trasfondo de ambos escritos. No hay cuchara.
El proceso de construcción de una identidad puede reformularse como un movimiento fluido de tránsito, en lugar de un acto de asentamiento. Bajo esta perspectiva, la experiencia una vez realizada, se desvanece. El registro es la reminiscencia de una ausencia.
Francisco propone que las fuentes de constitución de un sujeto singular-plural, es decir, las expresiones del cuerpo físico y la matriz de tendencias o fuerzas colectivas (como diría Foucault), no se basan necesariamente en la convicción de una esencia: no hay cuchara.
En la misma dirección, Eyal propone que el concepto de agencia puede pasar de la noción de éxito (un dispositivo silencioso para la repetición de relaciones basadas en el poder, “yo tengo el poder”), a una experiencia fluida de estar en el -mundo.
Yendo más lejos, rescata la experiencia de la “imaginación” para completar lo que creo que el concepto lacaniano de “lo imaginario” cubre solo parcialmente, al describir las fuentes del sujeto enajenado. Eyal ofrece una visión de la imaginación como un movimiento de pensar / hacer, en el cual la ilusión del yo-tú se desvanece, porque solo es posible en la conjunción con otro; la imaginación radical no es una meta ni un objetivo, es un movimiento de encuentro de la psique con un otro social e histórico. Este entendimiento pone en pausa la ilusión de una continuidad lineal, plasmada en una suerte de diagrama internalizado que guía nuestra forma de relacionarnos con los demás y con nuestras propias imágenes, el cual fue creado por la necesidad de pertenencia social, a expensas de nuestras expresiones de psique-soma que contienen modelos no lineales ni aislados de ser. No hay cuchara.
Bajo estas dinámicas, el “inter” se convierte en un espacio de cruce, un tránsito, el movimiento “trans” entre el núcleo y las fronteras de las subjetividades. No es una raíz, sino un rizoma.
Francisco se acompasa con esta danza de ideas al enfocarse en el inter-territorio de un intersujeto.
El intersujeto es un sujeto singular-plural. Ambas fuentes, la experiencia corporal y la colectiva, están relacionadas entre sí en un ciclo interminable. En una metáfora elocuente, Francisco dibuja la imagen de una casa de subjetivación, donde el dominio de lo diádico es el piso, mientras que la relación con una matriz colectiva es el techo. Crea el espacio del “inter”, donde ocurren los movimientos “trans”. Una casa diseñada por Escher, agregaría, donde el piso y el techo tienen una posición no predeterminada en el espacio y el tiempo, y el movimiento no se reduce al horizonte único de arribas y abajos, permitiendo así el flujo de la imaginación y habilitando el espacio para “la différance”.
Lo Liminal: Danza de Partícula y Onda
Para Francisco, el sujeto definido a través de sus capacidades intersubjetivas es una experiencia liminal, una frontera entre un sujeto individual corpóreo, lo subhumano, una partícula, y un sujeto histórico-colectivo, un suprahumano, una onda. Un sujeto es el habitante del espacio intermedio entre lo subhumano -la partícula-, y lo suprahumano -la onda-. La ruptura de este espacio anticipa el colapso de un umbral y la fijación de un sujeto, dejándolo esclavo de un horizonte de significado estrecho y monocorde. Por el contrario, la habilitación de este espacio avanza la posibilidad de nuevos horizontes de significado en una creación rizomática de identidad. Es casi poético que el concepto de “liminalidad” implique tanto un umbral como un inicio.
Francisco va más allá de la descripción de lo intersubjetivo como una posibilidad y aumenta la apuesta al desafiar la noción de individuo con la idea de “singularidad”. La singularidad emerge del contacto con la alteridad, está enmadejada con la pluralidad. El yo emergente es una experiencia de co-ser, un sujeto trans. Al igual que en física, a partir de la singularidad las leyes preformadas dejan de funcionar.
Desde esta perspectiva, un sujeto es interseccional, formado por muchas dimensiones colectivas, vestigio de muchas piedras en el agua. Esta intersección, a menudo malinterpretada como interferencia, es el lugar del ser, el encuentro de las múltiples fuerzas centrífugas, las ondas en el agua, de las piedras que ya no están, partículas que se han ido hace mucho tiempo. Tomando prestada una idea de la física cuántica, el encuentro de ondas con suficiente momentum puede crear una partícula.
Francisco rescata la idea de Pichon-Riviere de un vínculo continuo entre el grupo externo y el grupo interno o “fantasía grupal”, que se inter-re-crean mutuamente en una espiral eterna. El proceso de existir como sujeto ocurre en la colisión de las ondas resonando en el interior, con las ondas en consonancia en el exterior. Así es como la partícula, un nuevo sentido de identidad, puede crearse a partir del poder rizomático del intersujeto, emergiendo de la colisión de ondas que son “yo” y “otros” al mismo tiempo. Lo liminal se convierte en umbral y principio. Surgen singularidades. El sujeto se convierte en partícula y onda. No hay otros. Nunca hubo una cuchara.
Epílogo: ¿Y qué?
Eyal y Francisco se unen a la poderosa declaración del filósofo Jean Luc Nancy: no existe cosa tal como una coherencia ontológica.
Y creo que este es un punto clave en la discusión de este panel. La búsqueda e imposición de una coherencia ontológica (la cuchara), que es el epítome del esencialismo, ha sido el primer paso para la repetición de la misma trama en la historia política, en la filosofía, la fenomenología y, por supuesto, en el psicoanálisis como teoría, como institución, como práctica y como individuos. Los psicoanalistas son de hecho sujetos del psicoanálisis. Los psicoanalistas de cada rama teórica han establecido una frontera fuertemente custodiada por un dispositivo interno que confiere el derecho a pertenecer, una especie de “ciudadanía”. El resultado es un creciente grado de aislamiento que ha afectado no solo la experiencia trans entre diferentes modelos y pensadores, sino también el involucramiento con el medio sociopolítico que forma y es formado por los sujetos.
Aunque estas ideas y conceptos pueden sonar en extremo teóricos, sus derivaciones son en efecto muy tangibles y, de hecho, tenemos un ejemplo muy directo en este mismo momento. Cuatro psicoanalistas en un panel, en una cita que está teniendo lugar en Tel Aviv, con un ciudadano estadounidense de ascendencia cubana, un ciudadano estadounidense nacido en Israel, un chileno hablando en inglés por Skype y una canadiense … bueno, de Canadá (es un chiste). Los cuatro buscando una manera de derribar límites in- ternos, mientras estamos en este territorio herido de Israel con sus fronteras sangrantes, creadas por décadas de conflicto. Algunos de nosotros somos partidarios del movimiento BDS como una opción política. Pero todos también estamos profundamente unidos a IARPP y a las personas con quienes hemos compartido, aprendido y pensado juntos. Hoy estoy con mis compañeros, reflexionando juntos sobre estos temas obligatorios, compartiendo el honor de reunirme con colegas israelíes muy apreciados. Y, al mismo tiempo… no estoy aquí; mi cuerpo no está aquí, no he cruzado las fronteras israelíes; no hay cuchara. Somos ausencias presentes. Mi historia política, la que me hizo apoyar a BDS a partir de las experiencias en mi propio país durante el régimen de Pinochet, se materializa en mi ausencia. Es una oportunidad de ver qué ocurre en esta zona de colisión, ser sujetos trans, abrir las fronteras, tirar las cucharas.
Del inevitable encuentro con nuestra historia, emerge el intento esperanzador y tal vez interminable de volver a la eterna pregunta de lo que significa ser: yo soy, tú eres, nosotros somos, humanos … juntos.