“En el principio era el verbo.”
Evangelio de San Juan. v.1
Dr. Juan Francisco Jordan Moore
Estas breves reflexiones se inscriben como resultado de la Jornada Clínica dedicada al abuso sexual y a la perversión en el contexto actual de nuestro país. Este ha visto con consternación el abuso reiterado en instituciones como la Iglesia Católica y el SENAME, como así también las denuncias, antes silenciadas, por parte de mujeres que han visto vulneradas su dignidad en relaciones de un poder masculino, inscrito en una cultura machista y patriarcal del abuso.
Lo que resultó para mí especialmente movilizador fue la interpelación que Juan Pablo Hermosilla, abogado, nos dirigió a nosotros como profesionales de la Salud Mental en cuanto a poder transmitir y educar a la comunidad general, pero especialmente a la judicatura, de las profundas consecuencias psíquicas que tienen los abusos sexuales en las víctimas.
Es por ello que intentaré responder a tal interpelación con una descripción de lo que es la muerte psíquica como consecuencia del trauma sufrido por las víctimas de los abusos sexuales. Es difícil imaginar, al parecer, para los profesionales que trabajan en tribunales las devastadoras consecuencias del abuso sexual que de hecho se constituyen en una muerte del sujeto.
En su Diario Clínico Sandor Ferenczi (1988), describe el fenómeno en los siguientes términos: “El trauma es un proceso de disolución que se dirige hacia la total disolución, es decir, la muerte. El cuerpo … soporta durante más tiempo los procesos destructivos, pero la inconsciencia y la fragmentación de la mente ya son un signo de la muerte de las partes más refinadas de la personalidad. [Estos pacientes] … aun si están a medio camino de satisfacer sus funciones corporales y parcialmente las mentales, deberían de hecho ser considerados como estando inconscientemente en una agonía de muerte crónica.”
Tal vez no existe una mejor descripción de lo que es la muerte psíquica: una agonía inconsciente de muerte crónica. La experiencia del tiempo se detiene y la del espacio colapsa. No hay lugar en que se pueda alcanzar la paz más que en la muerte concretada en un cuerpo que ya es un cadáver.
Todos y todas tienen el derecho a morir su muerte tal como todos y todas tienen el derecho a vivir sus vidas. No es lo mismo morir en compañîa de los que te aman cuando los años y la ancianidad ejercen su derecho, que morir solo y aislado. Puede haber una aceptación y una entrega al morir y la muerte, una muerte en paz, cuando esta es experimentada en compañía de otro que ayuda, tal como una matrona partera, que asiste al agónico trabajo de parir la muerte. “No me dejes morir solo, “no me violentes” es la interpelación del rostro Levinasiano.
Sin embargo existe el “asesinato del alma” (soul murder), violencia en contra del otro, la destrucción del amor a la vida en otro ser humano. La muerte psíquica depriva el derecho de todo humano a vivir su propia vida y experimentar su propia muerte. Winnicott (1974) señaló en esta dirección en su artículo ”Miedo al derrumbe”. El temor agonizante a la muerte es comprendido como una “muerte fenoménica” que ya ha sucedido pero que no ha sido plenamente experimentada. El sujeto persigue la muerte fáctica de modo de experimentar la “muerte fenoménica”, la muerte psíquica; que ya fue pero que sigue siendo. El terapeuta, al aceptar esta muerte, asiste al alma asesinada de su paciente, ahora en compañía de un tercero, que testifica el trauma y la consecuente muerte psíquica en una lucha por la vida de ambos para sobrevivir a la muerte.
Ferenczi denominó a esta lucha por la vida como dependiente de Orpha la cual es parte del mito de Orpheo, el músico y poeta de la mitología griega. Este, baja al inframundo, el Hades, a traer de vuelta a la ninfa Eurídice, su amada esposa quién muere mordida por una serpiente. Hades y Perséfone, conmovidos por la tristeza de la música de Orpheo, consienten en que ésta la rescate al mundo de la luz a condición de que Orpheo no vuelva la vista hasta que ella haya vuelto al mundo por completo, dejando atrás las sombras del inframundo. Cuando ya Orpheo ha entrado al mundo no resiste la tentación de mirar hacia atrás, asegurándose de que ella lo sigue, temiendo haber sido engañado por Pérsefone. Al hacerlo ella se desvanece ya que aún tiene un pie en las sombras del inframundo y retorna al Hades. Orpheo nunca más no podrá recuperarla. Según Gurevich (2016), Orpha refiere al elemento femenino de Orpheo que formaba parte del antiguo culto Orphico. Esta misma autora señala como el objetivo del psicoanálisis de hacer concientes los impulsos reprimidos, cuyo mito fundante es el Edipo, cambia al objetivo de revivir partes muertas del psiquismo, ahora centrado en el mito de Orpha. Esto se relaciona con un cambio en el modo de concebir la psicopatogénesis. Ahora se trata de un ambiente que falla porque no es capaz de adpatarse a los procesos madurativos de la psique. Este invade el naciente propio-ser, alterando este proceso madurativo, gatillando disociaciones como modos de sobrevivencia psíquica. Se sacrifican partes de la psique para que otras puedan seguir funcionando. Orpha representa esta posibilidad, la de seguir viviendo a pesar de que se experimente una muerte psíquica.
La visión que nos transmite Ferenczi de la función del terapeuta adolece a mi entender de una omisión. Pareciera que solo se tratara de paciente y analista sin un contexto, un mundo circundante. Incluso en el mito estan Hades, Pérsefone, los otros Dioses. Eurídice reside como muerta en el inframundo que a pesar de todo es un mundo. ¿Pero que pasa cuåndo de lo que se trata es que ya no hay mundo? Como humano se-es-en el-mundo, una unidad en la cual no existe separación sujeto objeto. La muerte psíquica es consecuencia de un mundo que desaparece, deja de existir como tal. Un mundo justo y confiable. Lo que Jessica Benjamin (2017) llama“lawfull world’.
Francoise Davoine y Jean-Max Gaudillère (2011) dan cuernta de lo que sucede cuando se altera el orden inscrito en la legalidad de un mundo:
“Toda catástrofe del orden social, doméstico u orgánico, corresponde a una perdida de confianza, puntua o radical, en la seguridad
de las leyes que rigen a los hombres, el universo o el cuerpo. Así, la alteridad cambia brutalmente de status. De garante de la buena fe, del que emanan la palabra y la permanencia de las leyes físicas, el otro se convierte en una superficie de signos y formas que hay que descifrar sobre un fondo de palabras devaluadas …una ruptura capital arruinó la confianza en la palabra, el contacto con los sentimientos de los demás, la fiabilidad y la continuidad del micro y macrococosmos.” (pp.127-128)
El mundo justo y confiable que se da por descontado se puede alterar en los dominios de lo orgánico, cuando ya no contamos con nuestro cuerpo, luego de una accidente vascular por ejemplo, en lo doméstico, el ámbito de la familia que es el lugar del abuso y el contexto social más amplio, el de la plenitud de un estado que garantiza los derechos humanos o cuando un estado no se encuentra en guerra con otro. La paz que nos acompaña diariamente, en la cual no es necesario morir por la patria. Habría que agregar que la alteración en cualquiera de estos dominios, y en virrtud de la lógica de lo inconciente, significa la alteración de los otros dos también.
En el caso del abuso la alteración de lo doméstico incluye el cuerpo cuyos límites son transgredidos y un contexto social que se asimila al discurso de la familia. La función reparadora de la terapia y del contexto social, es devolver a la palabra su condición de confiable, en cuanto ésta pueda volver a suscitar un sentimiento de verdad en quién la escucha, ya que la palabra es concordante con actos que también “hablan por sí mismos”.
Una niñita abusada sexualmente por su padre o un joven abusado por un sacerdote, padres en quienes se ha puesto toda la confianza,
ven desaparecer un mundo y junto con este desaparecer experimentan un desvanecerse de si mismos. Si se es en un mundo y éste ya no existe, no se puede ya seguir existiendo realmente. Se existe al modo de un fantasma, una copia desvanecida de quién realmente se es, en un mundo vacío que se encuentra muerto. Es eso lo que se ha denominado el “tercero muerto” (Gerson, S., 2009). Este tercero se relaciona intimamente con la necesidad de un testigo que certifique que lo que sucedió fue real. El hecho traumático acaeció, dejo daño y muerte y existe un perpretador. No es culpable quién sufrió el daño. Ya desde Ferenczi (1933) sabemos que quienes han sido sexualmente abusados internalizan la culpa del abusador .
Un fantasma culpable en un mundo que ya no existe. El trabajo terapéutico de revivir a quién vive en una “agonía de muerte crónica” no pueden llevarse a cabo sin el concurso de un tercero moral (Benjamin, 2017) cuya finalidad es reparar el daño inflingido. Este tercero moral que esta vivo, incluye tanto al terapéuta como un testigo emocionalmente disponible como así también el contexto social como testigo colectivo. Aquí entra la justicia. Sabemos que la declaración como acto del habla crea realidad. Por ejemplo; declarar la guerra por parte de un país genera ni más ni menos eso: la tragedia y el espanto de de una guerra.
La declaración como culpable de un abusador genera entonces una realidad que alivia enormemente la psique del abusado o abusada al no tener que cargar con la solitaria y siempre dudosa convicción de que … ¿fui abusada por él? El abusador o abusadora deja de pertenecer al mundo fantasmagórico, se realiza en la realidad compartida intersubjetivamente. Por otro lado los funcionarios judiciales deberían estar muy concientes, que al citar a declarar a una víctima de abuso, se corre el riesgo de retraumatización si la víctima no está aún preparada. El declarar bajo obligación, restando el sentido de agencia de la víctima, se puede fácilmente experimentar como un nuevo abuso. Vale la pena reiterarlo cuando se trata de muerte psíquica: estamos frente a otro u otra que experimenta una agonía de muerte crónica, una vulnerabilidad extrema, que requiere tacto, cuidado, y sintonía también extremas. Solo así evitamos intensificar y prolongar la agonía y devolver a la palabra su poder vitalizante de creadora de mundo