¿Nuestro narcicismo nos permite ceder o «rendirnos» ante la aceptación de la otredad? abuso de poder y abusosexual

Dra. Alejandra Plaza Espinosa

Iniciaré hablando sobre Justine, paciente que me ayudará a describir clínicamente los conceptos de Narcisismo Traumático, Abuso- sometimiento en las relaciones de género, Disociación y Otredad, y Rendimiento-Surrender. Justine es de estatura baja, parece pequeña, un destello de inteligencia resalta en su mirada penetrante; es ingeniera industrial, la misma profesión de su padre, quien es un hombre autoritario, machista, que pensaba que las mujeres eran instrumentos para la satisfacción de los hombres. La madre es una mujer que, a pesar de no haber tenido una carrera profesional, gracias a su inteligencia logró subir a puestos de más jerarquía en la institución donde trabajaba. Sin embargo, pese a estos logros, no podía poner límites a los abusos y agresiones de parte de su esposo hacia ella y sus hijos. El padre de Justine envió a sus hijos a un colegio de un nivel socioeconómico alto —al que no pertenecían—, por lo que la joven se sentía fuera de lugar y se consideraba inferior a los demás. En la casa, la madre le pedía que le ayudara en las labores de limpieza porque ella trabajaba. Justine lo veía como una obligación natural, ella no podía jugar como los demás niños ni con sus hermanos porque tenía “obligaciones por cumplir”. Hasta la fecha, ella justifica a su madre porque piensa que no había otra forma de resolver las cosas y que eso es “normal” en las familias de pocos recursos económicos. No obstante, en otras ocasiones, se enoja con su madre, pues piensa que no era justo que no los defendiera, a ella y a sus hermanos, de la ira del padre.

El padre necesitaba tener un lugar de reconocimiento a costa de su familia y de Justine, él pagaba colegiaturas excesivas, pero con ese dinero podría haber contratado a alguien que les ayudara con el aseo. El padre se visualizaba como alguien que pertenecía a una élite económica, a pesar de que Justine tuviera que hacer las funciones de la sirvienta de la casa para estar en esa escuela.

Esto era un abuso para Justine, sin embargo, a ella —como parte de ese sistema relacional del padre que podemos considerar como narcisista traumático/traumatizante— le parecía “normal” y no algo digno de reprobación.

El Narcisismo Traumático y las Relaciones de dominio-sometimiento Daniel Shaw (2014), cuando explica el concepto de Narcisismo traumático, menciona que el autoritarismo es la expresión del narcisismo grupal. Define el “Autoritarismo como un principio organizador de una institución o un grupo que sostiene una élite individual o grupal que se sustenta como infalible con un poder incuestionable que gobierna sobre una institución y sus miembros, que demanda estricta obediencia y que criminaliza a los subordinados que se desvían para afirmar la libertad individual. Estos comportamientos son […] del tipo de narcisistas sobre inflados y grandiosos” (pp. 64).

Así pues, describe al narcisista como alguien que busca la hegemonía para su subjetividad a través del debilitamiento y la supresión de la subjetividad del otro, con propósitos de control y abuso. Crea relaciones complementarias en las que mantiene la posición dominante como sujeto y utiliza al otro como objeto.

El sistema relacional del narcisista traumatizado se establece con un padre que no entiende las necesidades emocionales de su hijo, debido a la carencia de reconocimiento de sus propios padres, de modo que la expectativa del padre es que sus hijos llenen estos vacíos a costa de sus propias necesidades emocionales, lo que convierte a los hijos en objetos, en esclavos del reconocimiento de sus padres. Es decir, es una transmisión transgeneracional del trauma porque, a la vez que el narcisista ha sido traumatizado por sus padres, traumatiza a su descendencia a partir de la reproducción de los modelos relacionales que vivió con sus padres.

Existe una idealización del grupo familiar de donde se excluye o disocia todo lo que no pertenece o no tiene esas características. El líder de esta clase de grupos tiende a ser una figura idealizada, que puede ocupar el lugar de un padre que no toma en cuenta las necesidades de los demás, sólo las propias. Cuando un narcisista traumatizado/traumatizante se convierte en líder, tiende a seducir a sus seguidores con una apariencia de omnipotencia que llega a niveles delirantes, con la promesa de obtener el reconocimiento que sólo pueden lograr a través del abuso y la humillación. La relación intersubjetiva y el reconocimiento mutuo es suprimido y se establece una subjetividad hegemónica (Shaw, 2014).

En la vida cotidiana, se encuentra un gran número de personas con narcisismo traumático/traumatizante que establecen relaciones de poder hegemónico en las que no son conscientes del tipo de relación de dominio o sometimiento, y hasta masoquismo, en la que están involucrados. En este punto, es fundamental Benjamin (2013) cuando explica que la dominación y la sumisión resultan de un quiebre de la necesaria tensión entre la autoafirmación y el reconocimiento mutuo, una tensión que le permite al self y al otro encontrarse como soberanos iguales. Esta tensión ejercita la capacidad del self para ser agente de sus propias acciones.

La dominación empieza como un intento de negar la dependencia. El narcisista traumatizado actúa como narcisista traumatizante frente a los débiles, niega la dependencia que tiene hacia el otro para obtener suministros narcisistas y rompe el equilibrio entre autoafirmación y reconocimiento mutuo para establecer una relación de dominio.

El padre de Justine tendía a excluir, a disociar a las demás personas fuera de la familia, ya que los consideraba tontos, flojos y con poca cultura, indignos de convivir con su familia. Esto repercute en que ella tiende a alejarse de los demás, a verlos con desconfianza.

Los ve como personas de poca calidad moral, que abusan de la gente, que sólo se fijan en cosas superfluas y no buscan el bien de la comunidad. Es como si viera a su padre en la gente que la rodea, pero hay un proceso de identificación proyectiva con su padre, pues ahora ella misma es quien excluye a la gente que la rodea. Paradójicamente, el poco reconocimiento que obtenía Justine era a través de la humillación, cuando ella se sentía útil al realizar las labores de la casa.

Justine estaba atrapada en el sistema de dominio-sometimiento que imperaba en la familia. Su hermano mayor la espiaba para verla desnuda, le enseñaba su pene mientras veían la televisión y trataba de tocarla. El padre usaba a toda la familia como objetos para tener un lugar en el mundo, para obtener reconocimiento por parte de sus hijos y esposa al ser temido. Era un hombre que entraba en accesos de furia y maltrataba a sus hijos mediante actitudes autoritarias con las que suprimía la subjetividad de ellos y, particularmente, la de Justine.

En las relaciones de abuso y sometimiento de las sociedades patriarcales, el género masculino ha tenido hegemonía sobre lo femenino.

Retomando a Benjamin (1988, 2018) quien explica que la lucha por el poder se entabla entre padre e hijo; la mujer no tiene parte en ella, salvo como premio, como tentación. La subordinación de la mujer al hombre se da por sentada, es invisible. Ella toma como referencia a Hegel (1980/1807) en su planteamiento del “amo y el esclavo” para explicar que la dominación y la sumisión tienen que ver con el rompimiento del equilibrio entre el mutuo reconocimiento y la autoafirmación, tensión que hace que dos personas se encuentren en una relación de mutualidad. Este delicado equilibrio entre los dos polos que forma parte de la “diferenciación” del sujeto con el otro, lo que lo hace consciente de que es distinto. Paradójicamente, este reconocimiento sólo puede provenir de otra persona en la que reconocemos un otro por derecho propio. La teoría del reconocimiento mutuo de Benjamin y los aportes del feminismo contemporáneo nos abren los ojos acerca de cómo las instituciones sociales, culturales, y de conocimiento, incluido el Psicoanálisis, han puesto a la mujer sólo como un objeto que satisface las necesidades del hombre, no como un sujeto con sus propios intereses.

Hay un sólo pensamiento en los sistemas patriarcales: el del hombre. Las mujeres no existen, no hay otredad. El hombre puede ser un narcisista traumático/traumatizante que somete a la mujer e, incluso, que abusa sexualmente de ella.

Es importante abrir un paréntesis para aclarar que es un pensamiento que permea en la sociedad, en donde —afortunadamente— también hay hombres y mujeres que están en desacuerdo con esta forma de relación y buscan hacer un cambio. El énfasis de mi planteamiento es que formamos parte de esta cultura y de la matriz sociocultural patriarcal, por lo que es fundamental reflexionar hasta dónde permea este pensamiento y cómo lo actuamos en nuestras relaciones cotidianas.

En la situación de Justine, ella sentía que su vida era valiosa sólo porque servía en su casa. No podía alzar la voz para pedir ayuda por los abusos de su hermano, ya que sentía que no lograría nada, parecería que estuviera faltando a su condición de mujer-objeto al no permitir el abuso de su hermano. Otro de sus hermanos le reclamó y le dejó de hablar varios años porque ella le había causado un problema a la familia cuando pidió ayuda. Esto es algo que nos puede horrorizar, sin embargo, estaba en la mente de toda la familia, de la misma Justine, en el pensamiento de gran parte de la sociedad y, por consiguiente, en la mente de los analistas que forman parte de nuestra cultura, situación que abordaré más adelante.

El niño puede tener el conflicto entre el deseo de hacer lo que quiere y el someter su voluntad para seguir en sintonía con los padres, dejando en un segundo término su autoafirmación. Así lo hizo Justine por mucho tiempo hasta que decidió pedir ayuda y recibió la agresión de sus hermanos por romper este equilibrio. En estas relaciones de dominio-sumisión parece que la libertad de uno está en el control absoluto del otro, que ve negada su identidad. La relación de Justine con su padre era lo que Benjamin explica como “el que hace y al que le hacen” (“Doer and done to” en inglés). No existen dos personas en una interacción mutua, sólo era el padre y el hermano haciéndole algo a Justine, que sentía que no podía parar. Sólo existía la mente del padre, los demás tenían que someterse y pensar igual que él. El pensamiento del narcisista traumático/traumatizante se ve incrementado, porque todos a su alrededor le confirman su grandeza. Por el otro lado, los hijos del narcisista traumático/traumatizante se refugian en la grandeza de su padre.

La disociación es un proceso que permite las relaciones de dominio y sometimiento Para poder entrar a los sistemas relacionales de los narcisistas traumáticos/traumatizantes se requiere de una disociación en donde la persona no puede ver las contradicciones terribles a las que está expuesto. Estas disociaciones afectan la experiencia del self y de las relaciones interpersonales (Hollander, 2017).

Bromberg (2007) explica que las experiencias traumáticas dividen a la mente en diferentes estados del self para proteger su continuidad.

Estas experiencias son tan dolorosas que se mantienen disociadas, por lo tanto, la coherencia no se puede mantener. El problema de la disociación es que deja áreas inconscientes que no permiten el entendimiento del proceso completo e integrado de lo que se está viviendo. No se ve el todo, no se puede crear una consciencia crítica de donde surja la pregunta: “¿por qué estamos viviendo de esta forma? ¿Por qué se permite el sometimiento o por qué se necesita dominar a quien se ama?”. La persona teme preguntarse por las causas inconscientes de su sufrimiento.

Los individuos se subjetivan en la matriz relacional sociocultural para reproducir activamente los valores de la sociedad (Plaza y Coderch, 2016); estos individuos reproducen inconscientemente las representaciones simbólicas de las relaciones jerárquicas de poder, que son tan normativas que permanecen inconscientes.

Layton (2006) propone la existencia de un inconsciente normativo en las sociedades a través de la internalización de actitudes y valores que impulsan un carácter narcisista que está basado en la negación de la necesidad de apego y la sobrevaloración de las capacidades de agencia. Los que son despreciados desarrollan un estado mental de omnipotencia como defensa a su vulnerabilidad.

En el fondo, el Narcisista traumático/traumatizante ha sido tratado como objeto, ha sido cosificado y, para defenderse, trata de que los demás le devuelvan el reconocimiento que no ha tenido sometiéndolos a sus necesidades. El inconsciente normativo se va transmitiendo de generación en generación, aceptando durante tantos años el sometimiento de la mujer, por ejemplo.

¿Cómo se puede mantener una relativa conexión a nivel interpersonal entre los estados disociados para tener una sensación de mismisidad del self? La temporalidad y la intencionalidad son fundamentales en la construcción de un sentimiento de integración del self. La continuidad de la persona “siendo” en el tiempo se da a través de este proceso: cuando una persona responde a la comunicación, a través de las gesticulaciones o de palabras, tiene la sensación de que existe; al darle un significado en el tiempo, percibe la intencionalidad de las acciones del otro. La congruencia de sus propias respuestas y sus sensaciones ante la actuación e intencionalidad del otro le proporcionan una noción de temporalidad, pues el bebé alcanza a percibir que existe una secuencia de unidad en el tiempo en estas acciones. La coherencia del self se realiza a través de la relación con el otro. Los estados de consciencia se conforman a través de diadas, cada persona es un sistema self organizado abierto que crea sus propios estados de consciencia.

Estos pueden ser expandidos a sistemas más coherentes y complejos, en colaboración con el otro que es otro sistema self organizado abierto. Uno le devuelve al otro lo que significa ser quien es, le da un significado a la experiencia de ser él mismo por medio de la regulación mutua de los afectos (Tronick, Bruschweiler-Stern, Harrison, Lyons-Ruth, Morgan, Nahum, Sander, Stern, 1998).

Regresemos a Justine, que desarrolló diferentes estados del self en la interacción con sus padres. Ahora bien, se dice esto para ponerlo de una manera esquemática, pues, en la realidad, es mucho más complejo. Con el padre tenía que someterse y aceptar lo que decía, con mucha rabia y coraje; con la madre tenía un ejemplo de alguien que enfrentaba la vida y no se rendía, excepto porque permitía estos abusos. Una parte de la personalidad de Justine es fuerte y ha tenido éxito profesional, pero, al mismo tiempo, en relación con las demás personas, es insegura y fácilmente abusan de ella. Cuando está en una relación en donde abusan, no se siente con la capacidad de defenderse, no sabe si está haciendo bien o mal, piensa que puede desarrollar niveles de agresividad y que las personas creerán que está loca. Este aspecto de su personalidad está disociado, pues, por otro lado, es una profesional exitosa y segura para tomar decisiones. Aunque se sabe inteligente y capaz de resolver problemas, en el momento de defenderse queda inconsciente la parte de fortaleza que la llevó a sobrevivir del abuso. Son estados del self disociados.

En su familia, no se desarrollaron adecuadamente las relaciones de mutualidad, sólo había una mente que decía que las mujeres debían someterse al abuso de los hombres. La ilusión de omnipotencia de Justine con su madre duró poco y no se transformó en agencia en donde paulatinamente pudiera modificar su entorno. Por el contrario, cuando ella por fin lanzó un grito de ayuda ante los abusos sexuales que sufría por parte de su hermano mayor, la respuesta fue enjuiciarla y criticarla por haber desobedecido estas encomiendas familiares de sumisión.

Empezaron a aparecer los silencios en la vida de Justine, no había una respuesta de comprensión a su dolor, esa sensación de no tener un arraigo en su familia, en la vida, en el suelo, fue tejiendo la melodía de su self y la angustia de la agorafobia. Durante muchos años, Justine evitó el duelo de darse cuenta de que, pese a hacer lo que la madre esperaba de ella, seguía sin un lugar; así que usó la disociación para desconectarse del sufrimiento que esto implicaba.

Cuando la madre de Justine le encargaba que cuidara a sus hermanos, sentía que tenía un lugar, pero —dolorosamente— se dio cuenta de que ella no contaba, seguía sin existir para su madre. Las preocupaciones de su madre inundaban su mente, sin que Justine tuviera un lugar, por lo que se encerraba en su cuarto a leer revistas; esto le daba tranquilidad, la desconectaba. La disociación se volvió una forma de protegerse. Casi no hablaba en la infancia cuando estaba toda la familia reunida, sentía que lo que dijera no tenía importancia para los demás y que la única forma de tener un lugar era ayudar a sus hermanos, así ella era más fuerte.

Una forma de dar coherencia al self a través del tiempo es la reconstrucción que hacen los pacientes de sus historias, que tiene que ver con conectar los elementos disociados de la experiencia en el momento presente, con el objetivo de darle un nuevo sentido a las experiencias del pasado, que estaban separadas. Es una reconstrucción de la historia que está por vivirse (Gómez, Plaza, Knoblauch, 2016; Coderch y Plaza, 2016). La diada analítica construye un contexto interpersonal, que restringe partes de la experiencia que no se pueden verbalizar. La experiencia fuera de esos límites se bloquea, queda disociada. Una forma de expandir estos límites y de buscar puntos de encuentro entre las partes disociadas puede ser el deseo de restablecer la relación con el otro que le ha dado coherencia a las experiencias en el pasado.

Las experiencias terapéuticas pueden ser un agente de cambio o una forma de mantener las relaciones de dominio sometimiento.

Las experiencias terapéuticas que el paciente debía haber recibido de su entorno y no lo hizo, en el presente pueden ser vividas con el analista para crear puentes entre los estados disociados del self del paciente, por un lado, y, por otro, entre los estados disociados del analista dentro de su propio self y los estados disociados del paciente en conexión con los estados disociados del analista.

Estas experiencias de restitución del bienestar dotan a la experiencia de continuidad, dando coherencia a los diferentes estados del self que se van creando a través de las experiencias de ruptura. Recuperar estados de bienestar va constituyendo el self con cierta congruencia versus la disociación que opera al mismo tiempo.

En mi relación terapéutica con Justine, era necesario que yo aceptara las expresiones de autoafirmación de su self, sin embargo, esto se volvía un proceso peligroso, pues era permitir lo que he llamado (Plaza, 2005) una interpenetración afectiva que implica un entendimiento afectivo mutuo, sin palabras. Esto la hacía sentir vulnerable ante mí. por lo que me solicitó cambiar de dos sesiones semanales a una. Mi sensación de primera instancia fue que no podía permitir que esto sucediera porque “ella no se daba cuenta” de que estaba evadiendo la cercanía y la relación de mutualidad en donde yo le daba un lugar y ella se sentía extraña y vulnerable, por sentir que tenía un lugar y porque su pensamiento era validado. Era necesario hablarlo para que ella entendiera que le convenía seguir asistiendo dos veces a la semana. Ella me decía que no la entendía y más sentía la necesidad de explicarle qué era lo mejor.

¡Qué difícil resultó para mí aceptar una sesión a la semana! Ella iba avanzando: gradualmente empezó a decir “no”, pudo detener a su jefe para no realizar el trabajo que no le correspondía. Cuando sentía más confianza en el tratamiento, además de estar cercana a mí, estaba analizando el abuso de sus hermanos y el dominio que ella ejercía hacia ellos. Justine decía: “La vida real está afuera yo no puedo estar aquí tan cómoda, mientras que sigo padeciendo el terror a los espacios abiertos”. Después de unas sesiones difíciles en las que yo argumentaba: “Tal vez te angustia que la relación con tus hermanos se fracture y los pierdas, si dejas de someterte a ellos, a través del trabajo que estás haciendo al venir dos sesiones. ¿Será que no te gusta depender del bienestar de venir dos sesiones?”. Y Justine decía con un fuerte deseo: “Es muy importante que entiendas mi deseo de venir una sesión porque así tengo un lugar, espero que reconozcas y aceptas lo que decido”. Me di cuenta de que, con dos veces a la semana, se sentía vulnerable al necesitarme, por lo que era importante aceptar lo que decía. Fue un momento difícil, porque a pesar de que yo tenía la convicción de que lo mejor era continuar con dos sesiones para que Justine pudiera autoafirmarse, necesitaba aceptar su petición, y, sin embargo, me sentía enojada. Al pensar que yo era la que tenía razón estaba quitándole el lugar de validez a su pensamiento y a lo que sentía.

Busqué por qué me enojaba y, entre muchas otras cosas, vinieron a mi mente recuerdos familiares en donde parecía que lo que yo pensaba o sentía no tenía importancia y tenía la sensación de que iba a llegar un momento en donde les demostrara que lo que yo decía tenía sentido. Tal vez ahora trataba de demostrárselo a Justine.

La disociación no me permitía ver lo que estaba sucediendo en mí y mi inconsciente normativo estaba sosteniendo una posición narcisista en donde la terapia giraba alrededor de lo que yo pensaba y sentía. Conectarme con mi enojo y buscar entenderlo me ayudó a verme y, finalmente, yo fui la que entendí que sólo estaba viéndome a mí y que estaba tratando de dominarla lidiando con mi propia sensación de sometimiento.

Comprendí que ella estaba siendo agente de su deseo al pedirme que respetara su decisión. Me di cuenta de que era más importante darle un lugar a su decisión que trabajar dos sesiones a la semana. Tuve que ceder, rendirme y, aparentemente, perder un espacio importante para el tratamiento, pero, al rendirme, estaba dándole un lugar a Justine. Sabía que entender su demanda de ir una vez a la semana significaba que ella sostendría su autonomía y autoafirmación. ¿Cuántas veces en el consultorio pensamos que tenemos la razón en lo que concierne al tratamiento del paciente y él, que está metido en la transferencia, termina por aceptar lo que le decimos como lo mejor sin reflexionar sobre qué es lo que desea? ¿Cuántas veces lo que hacemos en el consultorio tendría que ver más con nosotros que con el propio paciente y establecemos una relación sutil de dominio-sometimiento?

Cambiar el encuadre de dos sesiones a una era aceptar que Justine propusiera nuevas formas de establecer una relación terapéutica, donde no es siempre el analista el que pone las reglas, como proponen Coderch y Codosero (2015). Hay un diálogo donde ambos participantes pueden proponer. Esta decisión, además, incluye al tercero que plantea Benjamin (2018), que es una posición donde implícitamente reconocemos al otro “como sujeto”: un ser que podemos experimentar como otra mente. Esto se constituye a través de mantener la tensión del reconocimiento entre la diferencia y la semejanza, tomando al otro separado, pero equivalente en iniciativa y consciencia, con quien se pueden compartir los sentimientos y las intenciones. A pesar de que Justine y yo teníamos diferente forma de ver la frecuencia de las sesiones, compartíamos nuestro interés en el tratamiento.

La Aceptación de la diferencia versus el Narcisismo traumático/traumatizante

La posición de Tercero implica un respeto a la diferencia. El trabajo en el consultorio necesita estar constantemente revisado, reflexionar sobre la diferencia de mentes entre el paciente y el terapeuta.

Un proceso fundamental en la construcción del self es la gradual diferenciación del otro, es un proceso de separación para constituir la alteridad. Hablar de las diferencias en la forma de ver el mundo asusta porque parecería que implica un rompimiento. En castellano se dice “vamos a aclarar nuestras diferencias” cuando hablamos de un problema; las personas temen a la diferencia, al desacuerdo, por eso quedan disociadas diferentes áreas de la personalidad. El proceso de diferenciación nos lleva a la aceptación de la alteridad y de la relación intersubjetiva que deviene en un respeto por el otro.

Establecer un diálogo en el que se respete la diferencia y conecte las partes disociadas ayuda a mantener cierta integración, tanto en la sociedad como en el individuo. El diálogo puede hacer la conexión en una relación emocional que transforma. ¿Nos damos cuenta hasta dónde nuestras decisiones afectan a los demás? ¿Reproducimos estas relaciones hegemónicas en nuestro consultorio de manera inconsciente? La capacidad de agencia es fundamental para hacernos cargo de nuestra actuación en los diferentes ámbitos en los que nos movemos y en los que, tal vez, ejercemos el poder sobre los demás o permitimos el abuso en nosotros mismos. Mantenernos como víctimas es una forma de perpetuar estas relaciones de sometimiento y abuso (Plaza 2017), la mutualidad y auto reflexión, el respeto a la simetría y a la diferencia son procesos que enarbola el Psicoanálisis Relacional para hacer una terapéutica social.

El Psicoanálisis Relacional enfrenta al terapeuta consigo mismo, a ver y aceptar que la vulnerabilidad que se pone en el otro puede ser la del terapeuta. Es el temor o la vergüenza de ver las debilidades, tal vez con un potencial destructivo por la explotación que se puede hacer del otro, pero a la que se está expuesto. Ver que lo disociado pertenece al sujeto es de terror. De la misma forma, hay en el terapeuta un gran potencial creador, de ayuda y reconocimiento al otro con su potencial para salir adelante. Los dolores del terapeuta se pueden convertir en fortalezas para ayudar a enfrentar el dolor del otro y para entenderlo desde la semejanza.

Justine considera que es fundamental pensar en los demás, pone en primer lugar a las personas que están a su alrededor y ella queda en último lugar. Por ayudar a alguien puede no dormir o comer y se siente desilusionada si la gente no hace nada por ella.

Durante varios años de tratamiento salía tarde de la sesión. Por ser la última, podía extenderse y. en diversas ocasiones. le planteé que me era difícil parar la sesión cuando terminaba porque ella se había lamentado de un terapeuta anterior que terminaba la sesión sin importar lo que ella estuviera hablando, lo que para Justine significaba que al terapeuta no le interesaba ella como persona, sino que sólo le interesaba obtener su paga. A pesar de que ella había disminuido a una sesión, tomaba tiempo extra que no me pagaba; esto le parecía una prueba de mi interés genuino por ella. Eso representaba que se merecía más por el daño que había sufrido, necesitaba que alguien le pagara lo que la vida le debía. En un momento, le dije que lo que tanto hemos trabajado estaba pasando ahora conmigo: yo no la puedo parar cuando termina la sesión, así como ella no puede detener el trabajo de sus clientes para atender sus propias necesidades. ¿Cómo le pedía yo que se diera un lugar si yo no podía hacerlo en sus sesiones? A partir de esto, ella estaba pendiente de que yo le dijera que había terminado la sesión. Es decir, ella abusa de mí en una parte disociada de su personalidad, mientras que otra parte de ella desea ayudar a los demás. Una parte de ella se conmisera de sí misma y desea ser ayudada como ella desea ayudar a los demás, pero otra se vuelve tiránica conmigo, no me ve, no nota que yo también estoy cansada. En los momentos en que ella está metida en su discurso yo dejo de existir, sólo está ella. Permitir el abuso es ser cómplice y partícipe; la persona que sufre el abuso no puede guardar silencio, se vuelve parte.

El sometido, inconscientemente, busca un amo que le muestre el camino y lo proteja, depende de las decisiones del más fuerte (Plaza, 2017). De acuerdo con Hegel (1807/1980) el esclavo inhibe sus deseos y sólo a través de este acuerdo inconsciente con el amo encuentra satisfacción. Por su parte, el amo necesita al esclavo para satisfacer sus deseos (Benjamin, 1988), por lo que ambos integrantes de la diada tienen la tarea de hacer un cambio en la relación para salir de esa cadena.

Ante el Narcisismo Traumático tenemos la opción de rendirnos “surrender” (Ghent)

El narcisista traumático/traumatizante se ha defendido del sistema relacional al que ha pertenecido y que le ha sustraído su subjetividad y lo ha envuelto en una relación hegemónica en la que debe, permanentemente, dar reconocimiento al otro a costa de su propio deseo. El sistema defensivo que ahora busca implica obtener del otro el reconocimiento a través del sometimiento; representa una carga, una esclavitud. Este sistema defensivo es una camisa de fuerza que conlleva una serie de pautas de actuación en el sistema relacional.

Emmanuel Ghent (1990/2018) muestra con claridad la posibilidad de rendirnos a través de bajar las barreras defensivas que nos protegen contra la ansiedad, la vergüenza, la culpa, el odio y el miedo a sentirse vulnerables y, así, encontrar un modo más natural de obtener reconocimiento mutuo y compañía.

La integración proporciona un funcionamiento más armónico, permite que las partes que componen el todo tiendan a la estabilidad y al crecimiento. Esta integración se da a través de la relación interpersonal entre los individuos, en donde, así cómo se va creando un self con una consciencia de sí mismo, con una intersubjetividad que le da la sensación de ser alguien en el mundo, con una forma particular de enfrentar la vida y con el derecho de disentir o de estar de acuerdo con los otros, esto no lo hace menos, ni más.

¿Estamos dispuestos a perder algo de nosotros, de rendirnos, para encontrar un equilibrio que se espera más armónico a costa de la seguridad que brindan estas superestructuras defensivas? ¿Podríamos dejar de lado las relaciones jerárquicas de poder que están involucradas en el narcisismo traumático/traumatizante para tener relaciones más equitativas de reconocimiento de la subjetividad del otro?

Es necesario reflexionar como psicoanalistas relacionales sobre qué valores estamos transmitiendo. Como se cuestiona Rozmarin (2017), somos parte de una matriz relacional sociocultural en la que el neoliberalismo es una parte fundamental, ¿por qué nos mantendríamos ajenos a ellos? Y agregaría: si estamos inmersos en un mundo de relaciones de poder en donde el género masculino y la organización patriarcal es preponderante, es necesario analizar qué es lo que está en nuestro inconsciente normativo como terapeutas.

Dentro de nuestro propio ámbito podemos responsabilizarnos de nuestra actuación y descubrir los sistemas relacionales de narcisismo traumático/traumatizante en los que podemos estar envueltos para tratar de hacer un cambio y tratar de ver qué hay en nuestro inconsciente normativo y en nuestra relación con el entorno. ¿Podría ser una opción rendirnos y bajar nuestras defensas para entrar en un contacto más humano y cercano con el otro, reconociéndole su subjetividad y esperando que se encuentre con nuestra subjetividad, escondida tras tan pesada estructura defensiva?

¿Cómo actuaba mi inconsciente normativo que podría repetir una relación de abuso con Justine, o permitir que ella abusara de mí, porque yo no me permitía a mí misma la imagen de una terapeuta a la que no le importaban sus pacientes y, por ello, no podía establecer un diálogo sobre esto con Justine? Para finalizar, comentaré que es fundamental el diálogo para poder entendernos como dos personas que estamos lidiando con este problema y que no deseamos estar encadenadas.